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Tourists go up the hill in the sunrise to shake hands The male traveler shakes the hand of the male traveler who is climbing to the top of the hill

Según ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) «Los refugiados son personas que han huido de la guerra, los conflictos o la persecución y han cruzado una frontera internacional para encontrar seguridad en otro país.»

En los últimos años hemos visto una serie de eventos que obligaron a muchas personas a abandonar sus países debido a las guerras, la persecución religiosa, la pobreza y la completa falta de esperanza de que las condiciones mejoren.

– Nigeria: el 14 de abril de 2014 aproximadamente 276 estudiantes fueron secuestrados en el norte del país por Boko Haram. Se estima que, durante este período, aproximadamente 1.000 personas cruzaron la frontera de Nigeria cada semana para huir de la violencia. 4 de cada 5 refugiados eran mujeres y niñas.

– Haití: el 12 de enero de 2010 un terremoto de magnitud catastrófica azotó el país. Se estima que 3 de los 11 millones de habitantes se vieron afectados: aproximadamente 1,5 millones quedaron sin casa y 220.000 muertos. La frágil situación económica y la pobreza imperante se agravaron aún más. Luego de 11 años, el país continúa con muchas dificultades que culminaron en oleadas migratorias hacia Brasil, Chile y el 24 de septiembre de 2021, 15.000 haitianos esperan en la frontera entre México y Estados Unidos una resolución que les permita ingresar a una de las economías más grandes del mundo.

– Venezuela: Casi 5 millones de venezolanos (17% de la población) han abandonado su país. Uno de los mayores desplazamientos internacionales de la actualidad. Es una crisis socioeconómica y política, donde la falta de alimentos, la hiperinflación, el desempleo y la represión a la oposición del actual gobierno marcan este período de futuro incierto y expectativas de que más venezolanos abandonen el país.

– Myanmar: El 25 de agosto de 2017 comienza el éxodo de la población musulmana Rohingya tras un conflicto entre el ejército y militantes Rohingya que desató una ola de violencia contra este pueblo. Se estima que 6.700 Rohingya murieron en este conflicto, incluidos 730 niños menores de 5 años. Al menos 288 aldeas en el norte del país, que albergaban a la mayoría de casi 1 millón de Rohingya en Myanmar, fueron parcial o totalmente destruidas. La mitad de esta población se refugia en un campamento en Bangladesh y la otra mitad permanece en Myanmar, sometida a persecución y violencia.

– Siria: Más de 500.000 personas murieron o desaparecieron como resultado de esta disputa entre el gobierno y los rebeldes. La complejidad y duración de este conflicto está relacionada con el apoyo de varias potencias mundiales que apoyan a uno de los lados. Más de la mitad de la población de 22 millones ha huido de sus casas. 2,1 millones de civiles sufrieron algún tipo de lesión o discapacidad permanente. 1 millón de niños refugiados sirios nacieron en el exilio. Es uno de los mayores éxodos de refugiados de la historia reciente. El resto de la población que permanece en el país tiene dificultades para encontrar alimentos y 500.000 niños sufren desnutrición crónica.

– Afganistán: en agosto de 2021, en una rápida toma de poder, los talibanes recuperaron el control del país, lo que provocó la caída del gobierno y puso fin a la ocupación estadounidense tras 20 años. El país ya tenía una gran cantidad de refugiados como resultado de más de 40 años de conflicto. Hay aproximadamente 2,6 millones de refugiados y 3,5 millones que han abandonado sus casas y buscan refugio dentro del país. Después que los talibanes regresaron al poder, aproximadamente 120.000 personas abandonaron el país a través de aviones estadounidenses o de la coalición en unos pocos días. Las fronteras terrestres están controladas por los talibanes, lo que hace que la situación de aquellos que permanecen en el país sea muy incierta.

Esto sin contar muchos otros conflictos locales que no se divulgan ampliamente.

Extraña dicotomía entre los avances tecnológicos que permitieron que todo el mundo siguiera a través de sus smartphones en tiempo real, civiles orbitando la Tierra por primera vez y, simultáneamente, la brutalidad medieval de las personas que no tienen nada para comer ni un techo para dormir.

Parecen dos mundos distintos y no relacionados, pero están intrínsecamente conectados.

Una parte del mundo puede estudiar, producir, ahorrar, consumir y brindar buenas condiciones de vida a sus familias. Una segunda parte busca lo mismo, pero para eso deben superar la falta de acceso a la educación, la pobreza y otras condiciones adversas. Son sometidos a turnos dobles y triples de trabajo, trabajos ocasionales, con la esperanza de que sus hijos tengan un futuro mejor. Para una tercera parte, la estabilidad parece un sueño ya que su país ha sido devastado por la guerra y no hay expectativa de reconstrucción en el corto plazo, o la persecución o la pobreza extrema no les permite reestructurar sus vidas. La única opción es migrar a un lugar que ofrezca condiciones mínimas de supervivencia.

La segunda y la tercera parte del mundo dependen de la primera.

La discusión puede avanzar hacia la desigualdad social y la acumulación de capital, el ciclo de consumo que explota a los más pobres y enriquece a los que ya tienen mucho, el egoísmo y la falta de empatía mientras no veamos la pobreza desde nuestra ventana o no seamos víctimas de la violencia. Culparemos a un sistema impersonal, sin rostro y sin nombre, un ente responsable de toda desigualdad y cuya solución vendrá de otro sistema igualmente sin rostro, antagónico al actual.

Cuando pensamos en refugiados, tendemos a imaginar un bloque de personas anónimas, sin individualidad, con pensamiento y comportamiento colectivo y no vemos a David, un niño de 12 años que ahora es responsable de sus dos hermanitos porque sus padres murieron en la guerra. O Aisha, que sufrió todo tipo de violencia mientras huía de su país con la esperanza de escapar de la muerte, pero que la volvió a encontrar en forma de hambruna en una zona gris entre fronteras. O María, que no deja pasar hambre a su familia porque logró salir de su país y envía dinero todos los meses, pero solo encontró manera de ganar dinero en la prostitución.

Al poder mirar al individuo en medio de la multitud y la confusión, comenzamos a ver a un ser humano, con sentimientos, dolores y deseos. Y ayudarlo se vuelve más fácil porque es solo una persona y no un colectivo sin individualidad, y, sobre todo, una persona como nosotros.

En nuestro viaje con AIRE, aprendimos que no ayudamos a los refugiados. Ayudamos a José a validar su licencia de conducir para que pueda volver a trabajar, a Julio a terminar la escuela secundaria, a María a encontrar un trabajo para ayudar a su familia que se quedó en su país de origen.

Si miramos el gigantesco número de refugiados en el mundo, nuestro esfuerzo parece ser mínimo e insignificante para cambiar la situación. Pero cuando tenemos la oportunidad de ayudar a una persona, todo esfuerzo tiene sentido porque para esa persona, el mundo ha cambiado.

* Los nombres mencionados en el artículo se han cambiado para preservar la identidad e intimidad de los refugiados.

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