“Mi nombre es Y., tengo 24 años y nací en Puerto La Cruz, en el estado de Anzoátegui, Venezuela. Antes de la crisis económica, tenía una vida normal: vivía con mi madre y mi hermana, no había escasez de alimentos y estudiaba instrumentación quirúrgica en una universidad privada.
Mi mamá era mama y papa y nos apoyaba a mí y a mi hermana con su restaurante. Fue allí donde crecí y desde pequeño ayudé en la cocina. No solo ella, sino también un tío en su supermercado y otro tío que tenía una funeraria.
La crisis tuvo un impacto enorme en el presupuesto familiar. Nuestras ganancias eran suficientes solamente para la comida del día siguiente.
Mi salario no alcanzaba ni para comprarme un calzado, y con la economía dolarizada era imposible sobrevivir.
Me operaron del corazón a los 7 años y todavía tengo que recibir cuidados médicos. Pero no podía pagar los 40 dólares que me cobran por un electrocardiograma o los 10 dólares por una cita con el especialista.
También tuve que abandonar la universidad porque ya no podía pagar el curso.
En noviembre de 2019 decidí dejar a mi familia y dirigirme hacia Manaus, donde tengo un tío. Recorrí 900 kilómetros para llegar a Santa Helena, ciudad fronteriza con Brasil. Desde allí, crucé hasta Pacaraima en Roraima y seguí otros 200 kilómetros hasta Boa Vista.
Mi dinero se me terminó en Boa Vista y ahí es donde pasé uno de los peores momentos de mi vida. Me recibieron en un albergue abarrotado de gente, con una estructura precaria, muy fea. No había otra solución que dormir en la calle, donde enfrenté situaciones terribles.
Una noche me despertaron unas personas que invadieron el lugar donde dormía, tratando de esconderse de la policía. Tenía mucho miedo de que la policía no pudiera distinguir a quién buscaban y me llevasen con ellos. Finalmente, no me pasó nada peor.
Llegué a Manaus con la ayuda de una pastora llamada Margareth. La situación en Manaus fue mejor y conseguí trabajo. Pero con la pandemia, la empresa cerró sus puertas. Empecé a vivir en albergues y antes de llegar a AIRE viví un mes en la estación de autobuses de Manaus. Una situación difícil que solo se alivió gracias a una mujer brasileña que me ayudaba con regularidad. El único trabajo disponible era en el puerto cargando sacos de harina. Pagaban R$ 25,00 por día, trabajando de 6 am a 7 pm algunos días. Eran unas 700 bolsas al día.
En uno de los refugios por los que pasé conocí a M. y D., los primeros residentes de AIRE. Nos hicimos amigos y por recomendación de ellos llegué a AIRE en abril y en mayo conseguí trabajo en un restaurante.
Mi sueño es poder encontrar de nuevo a mi familia. Realmente extraño la vida diaria, las conversaciones. También me gustaría volver a estudiar, siempre soñé con ir a la universidad en ingeniería eléctrica.
¡A mis compatriotas venezolanos que están en dificultades les digo que tengan fe en Dios, perseveren y sigan luchando!
Gracias a todos los que me han ayudado en este viaje y un agradecimiento especial a Alda, Nice y al Pastor Pedro que han sido mi familia aquí.
Y.24 años